Welcome!

Te invito a que te des un garbeo por este territorio fronterizo, donde encontrarás algunas cosillas mías, las de otros y tal vez algunas tuyas, si quieres. Además, también iré colgando algunas de las cosas que despierten mi curiosidad, confirmen o desafíen mi pensamiento y mis creencias, o me generen algún cosquilleoCuando te apetezca acompañarme, ten a mano los auriculares, sobretodo si quieres escuchar bien los mélanges (sorry, pero en ese tema no he aprendido nada nuevo). Y si no visualizas bien la página, cambia la resolución de tu pantalla a 1280 x 1024. Hala pues!, sírvete un drink, unas almendritas o prende un cigarrillo, y pincha el gadget, que esto despega ya...

Aquí el Mix: Una altra galaxia (Pastora)© + Apolo XI.
Aquí el video y la letra en castellano
"Lo que uno ya es incapaz de contar con el cuerpo y el espíritu termina contándolo con la música" S.Marai

28 enero 2015

Padeces un ‘trastorno por déficit de naturaleza’?

Escribe Mar Abad:

La historia de la humanidad se urbaniza por instantes. El siglo XXI estrena un mundo donde la mayoría de la población vive en ciudades y se aleja masivamente de la naturaleza. Tanto que un niño urbano teme más a una lagartija que al conde Drácula. Tanto que tuvieron que acuñar una palabra tan demencial como ‘biofobia’: miedo a la naturaleza.

La revolución industrial despertó los primeros temores. Muchos pensadores escribieron sobre la distancia que esta nueva forma de entender el mundo provocaría entre los individuos y la naturaleza. Henry David Thoreau oWilliam Morris, entre muchos otros, hablaron de mundos dominados por el mercado y la fealdad. Otros advirtieron de un mundo donde la naturaleza dejaría de ser un hogar para convertirse en un pozo al que expoliar.
Eso fue en la revolución industrial. En la era digital se habla también del llamado ‘trastorno por déficit de naturaleza’ (TDN). Es «una patología que suele aparecer cuando una persona está en desconexión permanente con la naturaleza y que provoca un aumento de estrés y ansiedad», explica el catedrático en psicología ambiental de la Universidad Autónoma de Madrid, José Antonio Corraliza. «El sistema nervioso no está preparado para este alejamiento de la naturaleza y para vivir únicamente en espacios artificiales. La naturaleza proporciona equilibrio y tranquilidad a las personas. En la ciudad ocurre lo contrario. Por eso se satura y siente más violencia en las zonas urbanas».

21 enero 2015

18 enero 2015

Psicografía del hater

Escribe Alejandro Panés:

Los ‘odiadores’ y a partir de este preciso instante, los haters, son personas cuya forma más común de relacionarse con los demás es a través del odio. El hater percibe el mundo bajo un manto de negatividad e inconscientemente reacciona a los estímulos externos con rechazo y sarcasmo. No soporta que sus más allegados sean felices o que destaquen. No soporta los cumpleaños, los parques llenos de niños, los helados, ir de camping ni los selfies. No lo soporta, no lo soporta, no lo soporta. Para el verdadero hater la felicidad no existe, es un cuento chino que se inventaron los de Disney, y el comportamiento más lógico es el que engloba a partes iguales cinismo, desconfianza, incredulidad y muchos prejuicios.

Existen distintos tipos de haters. Los hay deleznables como Cruella de Vil o Agatha Transbull (Matilda); inmutables como Calamardo (Bob Esponja); entrañables como el Sr. Wilson (Daniel el travieso) o Gruñón (Blancanieves); rudos como Walt Kowalski (Gran Torino); y muy muy graciosos como ese tipo de la portada del que ahora no me acuerdo. Aunque parezca que están ahí para fastidiar, estas personas cumplen una labor fundamental: proporcionar conflictos a lo que de otra manera sería una vida muy aburrida. La resolución de esos conflictos proporciona catarsis. Es decir, los haters proporcionan catarsis. Sin embargo esta generosa tarea puede llegar a ser cansina. No es justo que estos pobres diablos y diablas soporten el peso de equilibrar las fuerzas del universo ellos solos y desde luego tienen todo el derecho a redimirse y pasarse al lado de los felices. Pero ¿pueden de verdad escapar a esa espiral de odio?

02 enero 2015

Tu nevera y tu

Feliz año nuevo!

La música es de Macaco
Gracias a todos los que se apuntaron a este pequeño proyecto y compartieron su nevera.

A mi Vera


Sé de un lugar donde el sol y la sierra se aman. Un lugar donde las estrellas están un poquito más cerca, y los campos de tabaco se ven lejanos y chiquitos allá abajo, en el valle, el del Tiétar. Un lugar donde el agua brinca por la sierra y reposa en charcos, esas pozas donde puedes darte un baño analgésico  de agua fresquita que te calme la chicharrera del pertinaz sol de agosto. Un sol que se queda embobao horas y horas mirando este pequeño paraíso en el que anochece a las tantas, en verano.

Un lugar con pueblos cuya arquitectura tradicional de adobe y vigas de madera sigue posando para la foto de los visitantes, en sitios declarados patrimonio de algo o protegidos de algo –tal vez de sí mismos- como Valverde, Villanueva o Garganta de la Olla.

Un lugar con el mejor pimentón del mundo, sí, ese de color rojo-tierra que se ahúma con madera de encinas. Un lugar donde las hierbas y el orégano más aromático del mundo convierten la sierra en una inmensa botica. 

 
música de Deep Forest & Enigma

Un lugar que un día escogió un ilustre jubilado, el emperador Carlos V, para retirarse allí,  en el monasterio de Yuste. El mismo lugar donde a pocos metros descansan, entre olivos, 180 soldados alemanes combatientes de las Guerras Mundiales, que contribuyen a la singularidad de este lugar, al tratarse del único cementerio militar alemán en España.

Un lugar de robles, olivos e higueras, y de huerta generosa, donde te puedes dar un delicioso festín sólo a base de tomates o de higos, en compañía de gentes de palique y abrazo fácil. Gente acostumbrada al ritual de bienvenidas y despedidas de los pueblos emigrantes. Esos que en verano triplican su población y por cuyas calles corretean niños que responden a nombres tan lejanos como Didier, Ainara, Gorka o Brigitte. 

Esas calles que se quedan solas en invierno en los pueblos más pequeños, poblados de jubilados que, después de pasarse 40 años en Madrid, Euskadi, Catalunya o Europa, vuelven al paisaje al que siempre pertenecieron. Y ahora, cosas de la vida,  ese reencuentro significa también mil y una despedidas, de los hijos, los nietos, el trabajo,  y aquél otro paisaje. 
Y a esperar una vejez apacible, sin sobresaltos y bien lejos del hormigón, en  casas rehabilitadas, con su calefacción y  su vitro,  donde las paredes se llenan de biografías en blanco y negro y de crónicas de sus primeros adioses. Esas caras que interrogan al fotógrafo como al futuro incierto, los cuellos de camisa arrugados y cerrados hasta el último botón, las manos agarradas al asa de la maleta,  caras chupadas, de mandíbula afilada, como de torero.....Y subirse primero al autocar, y luego al tren, y más tarde, mucho más tarde, el metro, ay el metro!, ir bajo tierra, y tragarse el pánico  y beber el sudor frío, y morir siete, diez o treinta y siete veces.....
Y soñar con volver. Siempre volver.

¿Será que,  como dice no sé quien, la gente pertenece más a paisajes que a países? Será ese, tal vez, el origen de la preciosa palabrita paisanaje?


Para todos los Alonso
todos los Castaño
todos los Iglesias
todos los Manzano.