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Te invito a que te des un garbeo por este territorio fronterizo, donde encontrarás algunas cosillas mías, las de otros y tal vez algunas tuyas, si quieres. Además, también iré colgando algunas de las cosas que despierten mi curiosidad, confirmen o desafíen mi pensamiento y mis creencias, o me generen algún cosquilleoCuando te apetezca acompañarme, ten a mano los auriculares, sobretodo si quieres escuchar bien los mélanges (sorry, pero en ese tema no he aprendido nada nuevo). Y si no visualizas bien la página, cambia la resolución de tu pantalla a 1280 x 1024. Hala pues!, sírvete un drink, unas almendritas o prende un cigarrillo, y pincha el gadget, que esto despega ya...

Aquí el Mix: Una altra galaxia (Pastora)© + Apolo XI.
Aquí el video y la letra en castellano
"Lo que uno ya es incapaz de contar con el cuerpo y el espíritu termina contándolo con la música" S.Marai

18 enero 2013

Qué bonito es viajar! : ¿Para qué necesitas un anorak en el trópico?

Fue en Sarawak, uno de los dos estados malayos de Borneo, que en la época colonial estuvo gobernado por James Brook, el mítico "rajá blanco", y por sus descendientes.  

Íbamos a bordo de un Express boat, unos barcos rápidos de morro afilado e interior similar a un autobús, que realizan el trayecto entre Kuching y Sibu. Por indicación de un empleado, los pasajeros íbamos dejando el equipaje a la entrada, de tal forma que, al poco tiempo, aquello era una montaña de bolsas y maletas superpuestas unas encima de otras.

Bueno, pues nada más pillar sitio, empezamos a sentir cómo un frío gélido iba traspasando poco a poco nuestra epidermis e instalándose en nuestras entrañas, mientras caíamos en la cuenta que, por desgracia, la única prenda de abrigo que llevábamos a mano era un chubasquero, ya que el resto estaba en nuestro sepultado equipaje. Éramos los únicos occidentales del barco y nos parecía alucinante observar que el resto de pasajeros, mayormente en manga corta y chanclas,  permanecían ajenos a nuestra percepción térmica y no parecían dar la menor muestra de congelación. Luego, en Sibu, vimos que algunos tenderetes nocturnos y tiendas vendían, en pleno Borneo, jerseys y anoraks. ¿Para qué demonios necesitas un anorak en el trópico? Ahí comprendimos que los propietarios deben estar sin duda conchabados con los dueños de los Express boats. Si no, no se explica.

Bueno, pues al cabo de un buen rato, y ya con la musculatura entumecidísima,  se nos ocurrió probar suerte en otros asientos, a ver si no azotaba tanto el rigor invernal. Y mira, tuvimos algo de suertecilla con el cambio. Y digo ‘algo’ porque,  sin saberlo, cambiamos también de problema, sobretodo el pobre Pep.


Estábamos comiendo unos sándwiches de pavo y queso (los únicos que habíamos conseguido hasta entonces, ya que en ruta  sólo comíamos normalmente fruta y una especie de bollicaos) cuando, de repente, unas respingonas antenas empezaron a asomar por las rendijas del recubrimiento de skay de los asientos delanteros. Inmediatamente, una tropilla de pardas y relucientes cucarachas empezaron a surgir ante nuestros atónitos ojos, siguiendo a la jefa exploradora y atraídas por el olor a comida. Ante semejante visión, Pep se levantó como un resorte, preso de un ataque de fobia, y despotricando contra esas "repugnantes criaturas, vestigios del pleistoceno". Después de cerciorarse de que aquellos monstruos no se le habían subido por las perneras de los pantalones, se plantó como un poste en medio del pasillo, con los bajos de los pantalones pillados con los calcetines, no fuera a ser que…. Mientras, yo no quitaba ojo a las guaridas de los bichitos pleistocénicos y, en cuanto asomaban sus atrevidas antenas, me contorsionaba lo indecible para pisotearlas con saña.
Se nota, por cierto, que las cucarachas malayas no sufren la persecución y exterminio de sus colegas occidentales, a juzgar por lo poco desarrollado que tienen su instinto de conservación ante la presencia humana. En lugar de vivir escondidas o salir de estampida, éstas incluso se paseaban tranquilamente por los brazos de los somnolientos viajeros locales para mayor horror y asco de Pep. Ante esta evidente falta de ejercicio, no me extraña que ofrezcieran ese aspecto tan robusto y supervitaminado. Recordaba que, días atrás, una noche en que íbamos paseando por una calle de Kuala Lumpur mal iluminada, empezamos a notar algunos crecks bajo la suela de las sandalias, al estilo de alguna escenita de Indiana Jones,  y al poco comprendimos que se trataba de esos bichejos de marras que, como digo, parecían llevarse muy bien con la especie humana local.


Al llegar a Sarikei tuvimos que cambiar de barco, ya que ahora habíamos dejado el mar del Sur de la China y entrábamos en el río Rejang. Hicimos el cambio en medio de un guirigay muy considerable, luchando a brazo partido por recuperar nuestro equipaje y saltando directamente de un barco a otro, cual pirata al abordaje. Claro que, tratándose de las tierras del legendario Sandokán, parece que no quedaba más remedio….


Nos introdujimos en una especie de lata de sardinas claustrofóbica donde, no sin cierta intranquilidad, Pep procedió a inspeccionar los asientos hasta cerciorarse de que, esta vez, no parecían albergar esas repugnantes okupas. Pero ... sic transit gloria mundi.  Al arrancar el motor, el barco comenzó de pronto a vibrar lo indecible y con él nuestras meninges, que permanecerían en ese penoso estado durante el resto del día, incluso después de tocar tierra.

Nuestros globos oculares no paraban de bailotear dentro de sus órbitas al ritmo de los zumbidos incontrolados del barco, a la vez que el paisaje se movía a nuestros ojos a través de las claraboyas como una averiada pantalla de TV de los 70. Íbamos remontando el río Rejang que, al igual que otros ríos malayos, es  una autopista fluvial color marrón. Y es que la tala ha cambiado el color de los ríos, en otro tiempo azulados y hoy cobrizos, fruto del consabido arrastre de tierras que producen las fuertes e intensas lluvias al caer sobre la tierra desprotegida de su paraguas vegetal.
Por este culebrón chocolateado circulaban otros barcos cargados de mercancías, entre las que abundaba sobretodo el transporte de enormes troncos de árboles de la notable industria maderera.

Y, para redondear la jornada, el trayecto fue amenizado de nuevo con  películas chinas plagadas de violencia oriental, a base de toda clase de mamporros y artes marciales. Poco importaba no conocer la lengua para captar el argumento de la película, en la que no faltaba la consabida chica, cuya aparición en escena iba acompañada de una música suave y tierna de violines que contrastaba con los aullidos y mamporrazos de los protagonistas masculinos. Esta música también preludiaba las escenas amorosas más tiernas, consistentes básicamente en un intercambio de intensas y apasionadas miradas chico-chica y para de contar.

Y en ese estado lamentable llegamos a Sibu, donde tuvimos que echar mano de la poca energía que nos quedaba para buscar algún hotelito donde dormir y recuperarnos de la jornada más agotadora de todo el viaje a Malasia.
 
Días más tarde, decidimos gastarnos algo más de pasta y hacer el viaje de regreso a Kuching por aire en un Fokker, ese avión bimotor que, aunque también se movía lo suyo, no tenía los inconvenientes de los dichosos barquitos.

Creo que en mi vida he pasado tanto frío indoors como en el trópico malayo.