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15 abril 2013

Agotadora positividad


Aquí te dejo un mélange de lo que he pillado aquí y allá sobre el libro del filósofo Byung-Chul Han La sociedad del cansancio (y que, por cierto, no he leído). Al final encontrarás un link al capítulo titulado La violencia neuronal. 

La sociedad del cansancio

Byung-Chul Han  afirma que la sociedad occidental está sufriendo un silencioso cambio de paradigma: el exceso de positividad está conduciendo a una sociedad del cansancio y  esa es la causa de todas las enfermedades neuronales. 

Este filósofo surcoreano afincado en Alemania señala, al contrario que Foucault, que no vivimos en una sociedad disciplinaria de “hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas” sino en una sociedad del rendimiento llena de “gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos”. A la sociedad disciplinaria foucaultiana le regía el no y su negatividad generaba locos y criminales. Por el contrario, la sociedad del rendimiento y el multitasking, esa que ha acuñado el eslogan Yes We Can, produce individuos agotados, fracasados y depresivos.  La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. El lamento del individuo depresivo, “Nada es posible”, solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que “Nada es imposible”. No-poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión. Quizá lo diga porque en Corea del Sur se suicidan por suspender  exámenes.

Según el autor, la resistencia solo es posible en relación con la coacción externa. La explotación a la que uno mismo se somete es mucho peor que la externa, ya que se ayuda del sentimiento de libertad. Esta forma de explotación resulta, asimismo, mucho más eficiente y productiva debido a que el individuo decide voluntariamente explotarse a sí mismo hasta la extenuación. Resulta muy difícil revelarse cuando víctima y verdugo, explotador y explotado, son la misma persona.

En realidad, quien se cree libre, se halla tan encadenado como Prometeo, la figura de la que poéticamente se sirve Han para personificar esta sociedad del cansancio. Sin embargo, Han nos invita a reinterpretar este mito, imaginándonos un cansancio curativo, que no abre heridas, sino que las cierra. Tal cansancio no resulta de un rearme desenfrenado, sino de un amable desarme del Yo.

Cada época, dice,  tiene sus enfermedades emblemáticas. El siglo pasado era una época inmunológica, mediada por una clara división entre el adentro y el afuera, el amigo y el enemigo o entre lo propio y lo extraño. La invención del antibiótico acabó con la época bacterial, y las técnicas inmunológicas han acabado con el miedo a la pandemia de gripe. El comienzo del s. XXI no sería bacterial ni viral sino neuronal. La depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de personalidad o el síndrome de desgaste ocupacional definen el panorama de comienzos de este siglo. Estas enfermedades no son infecciones, son infartos ocasionados no por la negatividad de lo otro inmunológico, lo extraño, sino por un exceso de positividad, entendida como sobreabundancia de lo idéntico, que resulta de la superproducción, el superrendimiento o la supercomunicación. El agotamiento, la fatiga y la asfixia ante la sobreabundancia tampoco son reacciones inmunológicas. 

Añade que la sociedad del rendimiento ha derivado en la sociedad de la depresión  y, por tanto, la enfermedad del ser humano se ha convertido en una enfermedad emocional cuya consecuencia más inmediata es que ahora nos encontramos con una sociedad que por cansancio solo produce aburrimiento.

El aburrimiento es negativo cuando el individuo no es capaz de aceptarlo y asumirlo y desesperadamente busca seguir realizando tareas que lo alejen de él. En cambio,  el aburrimiento aceptado y asumido puede constituir el punto máximo de relajación espiritual. Dice Han.

También  señala que la filosofía debería relajarse y convertirse en un juego productivo, lo que daría lugar a resultados completamente nuevos, que los occidentales deberíamos abandonar conceptos como originalidad, genialidad y creación de la nada y buscar una mayor flexibilidad en el pensamiento: “
todos nosotros deberíamos jugar más y trabajar menos, entonces produciríamos más. ¿O es acaso una coincidencia que los chinos, para quienes originalidad y genialidad son conceptos desconocidos, sean los responsables de casi toda invención –desde la pasta hasta los fuegos artificiales- que ha dejado huella en Occidente? Sin embargo, esto no deja de ser para el autor una utopía inalcanzable para una sociedad en la que todos, incluso el ejecutivo mejor pagado, trabajamos como esclavos aplazando indefinidamente el ocio.

La violencia neuronal

Fuentes: