Escribe Alejandro Panés:
Los ‘odiadores’ y a
partir de este preciso instante, los haters, son personas cuya forma
más común de relacionarse con los demás es a través del odio. El hater percibe
el mundo bajo un manto de negatividad e inconscientemente reacciona a los
estímulos externos con rechazo y sarcasmo. No soporta que sus más allegados
sean felices o que destaquen. No soporta los cumpleaños, los parques llenos de
niños, los helados, ir de camping ni los selfies. No lo
soporta, no lo soporta, no lo soporta. Para el verdadero hater la
felicidad no existe, es un cuento chino que se inventaron los de Disney, y el
comportamiento más lógico es el que engloba a partes iguales cinismo,
desconfianza, incredulidad y muchos prejuicios.
Existen distintos tipos de haters. Los hay deleznables como
Cruella de Vil o Agatha Transbull (Matilda); inmutables como Calamardo (Bob
Esponja); entrañables como el Sr. Wilson (Daniel el travieso) o
Gruñón (Blancanieves); rudos como Walt Kowalski (Gran Torino); y
muy muy graciosos como ese tipo de la portada del que ahora no me acuerdo.
Aunque parezca que están ahí para fastidiar, estas personas cumplen una labor
fundamental: proporcionar conflictos a lo que de otra manera sería una vida muy
aburrida. La resolución de esos conflictos proporciona catarsis. Es decir, los
haters proporcionan catarsis. Sin embargo esta generosa tarea puede llegar a
ser cansina. No es justo que estos pobres diablos y diablas soporten el peso de
equilibrar las fuerzas del universo ellos solos y desde luego tienen todo el
derecho a redimirse y pasarse al lado de los felices. Pero ¿pueden de verdad
escapar a esa espiral de odio?
Según un
estudio de los psicólogos Justin Hepler y Dolores Albarracín
titulado Actitudes sin objetos publicado en EE UU, lo más
probable es que loshaters sigan odiando. Su estudio se basa en un
experimento en el cual preguntaron a 200 hombres y mujeres acerca de su opinión
sobre temas tan inconexos como Japón, la arquitectura, las vacunas, los
crucigramas o la taxidermia. Un mes después repitieron el cuestionario con las
mismas preguntas para contrastar. Tras identificar a los más haters, les
preguntaron qué opinaban sobre el nuevo microondas Monahan LPI-800 Compact
2/3-Cubic-Foot 700-Watt, un producto ficticio que iba acompañado de seis
reseñas, tres positivas y tres negativas. Los investigadores descubrieron que
los que habían proporcionado opiniones negativas sobre los anteriores temas
aleatorios eran notablemente propensos a odiar el microondas. Es decir, no
importa el objeto o sujeto de tu odio, si eres un hater probablemente
odiarás. Aunque en defensa de estos, y pese a que me guste Japón o los
crucigramas, yo también hubiera puesto a parir al microondas ese de mierda.
Cuidado. Cuidado con el haterismo en la
web y en las redes sociales porque no solo se vuelve más virulento (hazle una
cuenta de tuiter a la madre de Howard Wolowitz a ver lo que pasa), sino que
también se propaga como una plaga de langostas. Yo mismo. Jamás se me hubiese
ocurrido decirle a la cara lo de ‘microondas de mierda’ al nuevo Monahan
LPI-800 Compact 2/3-Cubic-Foot 700-Watt. Quizás ese sea un atributo que
distinga a los pseudohaters de los verdaderos haters.
Estos están enfadados y odian de verdad mientras que aquellos lo hacen
ocasionalmente y por inercia colectiva. Es muy cómodo y sale muy barato odiar a
la gente y a los microondas tras la protección de una pantalla. Así ocurre que
cada vez que alguien famoso se equivoca, la gente se tira a su cuello cual jauría
exponencial de lobos hambrientos. Si no eres Pérez-Reverte, estás muerto.
Por otro lado, el haterismo virtual es
un círculo vicioso y virulento donde un hater comienza a odiar a muchas
personas al tiempo que gana seguidores a los que les gustan las chorradas que
dice. De todos estos seguidores, algunos son haters que odian
al hater original y se hacen a su vez populares porque a la
gente le encanta su humorhater, y así hasta el infinito.
Otro fenómeno muy curioso derivado de este odio imparable
es el antihaterismo, integrado por personas, normalmente
virtuales, normalmente con solo tres seguidores en tuiter (vale, es una
exageración), que proclaman a los cuatro vientos digitales que pasan de loshaters porque
siempre van a odiar. Haters gonna hate. De este modo se genera un
movimiento reivindicativo que busca emanciparse de la influencia nociva de los haters.
Algunos, sin embargo, van más allá con enunciados como‘¿te odian sin razón
alguna? Dales una’. Yeah. […] A ver, pausa. No entremos en otra espiral de
odio vicioso y virulento. Tratar odio con odio genera más odio. Es mejor
suscribirse al enunciado ‘I love haters’.
Si bien en la red proliferan los haters, yo
creo que en realidad a nadie le gusta cargar con la responsabilidad de
equilibrar las fuerzas del universo. [Me acabo de acordar de aquel hater tan
gracioso del principio que no me salía, Melvin Udall (Mejor imposible).]
Sin embargo a todo el mundo le gusta reírse y hay que reconocer que el humorhater es
muy salao. Este se podría definir como el humor negro exclusivamente
perpetrado con el odio como vehículo, normalmente un odio irracional. Quizás
sea gracioso porque entre en conflicto con nuestra ética o porque nos proyecte
en los incómodos zapatos de ese alguien, convertido en objeto de broma hater.
Como el pobre microondas. Sin embargo, yo creo que la gracia del humor hater está
precisamente en ese agente hater, en su ridícula incapacidad de ver
el mundo de otra manera. En ese bloqueo emocional que le impide amar. En ese
conjuro determinista que aparentemente no le permite cambiar y le convierte en
un ser limitado.
Según el psicólogo humanista Wayne W. Dyer, en su libroTus
zonas erróneas, «la ira es inmovilizante y proviene del deseo de que el
mundo y la gente sean diferentes a lo que realmente son». Según Dyer, el
mecanismo de odio que utilizan los haters para relacionarse
con el mundo exterior proviene de la pregunta interna «¿por qué no eres más
parecido a mí?». Una manera sumamente inmadura de existir; un comportamiento
totalmente ineficiente. Así quedan atrapados en un GIF eterno donde se dan
cabezazos contra una pared.
¿Por qué un hater se convierte en un hater?
Quizás ahí habría que investigar en los traumas del sujeto e incluso en su
genealogía. Imagina que soy por un momento Alejandro Jodorowsky y que voy a
ayudar a superar su odio a Calamardo. Este es una persona en realidad sensible
que fuera del trabajo toca el clarinete y pinta retratos, pero que insiste en
vivir odiando. Intuyo que se exige demasiado y que por tanto exige demasiado a
los demás. Aspira a formar parte de la alta sociedad y triunfar como
clarinetista, pero toca fatal. ¿Por qué su felicidad depende de triunfar con el
clarinete? ¿Por qué se exige tanto? ¿Cómo influyeron sus padres en el pequeño
Calamardo cuando tan solo era un papel en blanco? Entonces le sugeriría un acto
psicomágico para romper esa propensión a exigirse tanto, ser infeliz y odiar a
los que le rodean. Romper, romper, romper. Romper su maldito clarinete.
Probablemente yo estropearía todavía más al pobre
Calamardo. Mejor que vaya a ver al verdadero Jodorowsky. Sin embargo, pese a lo
que digan los psicológos del microondas, si el misántropo Melvin Udall fue
capaz de redimirse gracias a un perrillo, Calamardo puede cambiar y aprender a
amar de verdad a Bob Esponja y Patricio Estrella. Haters del
mundo, yo creo en vosotros. I love u.