El caminar es una apertura al mundo que invita
a la humildad y al goce ávido del instante. Su ética del merodeo y la
curiosidad hacen de él un instrumento ideal para la formación personal, el
conocimiento del cuerpo y de todos los sentidos de la existencia.
(...) La
experiencia de caminar descentra el yo y restituye el mundo, inscribiendo así
de pleno al ser humano en unos límites que le recuerdan su fragilidad a la vez
que su fuerza. Es por tanto una actividad antropológica por excelencia, ya que
moviliza permanentemente la tendencia del hombre por comprender, por encontrar
su lugar en el seno del mundo, por interrogarse acerca de aquello que
fundamenta su vínculo con los demás
(...) La
relación con el paisaje es siempre una emoción antes que una mirada. Cada
lugar manifiesta un abanico de sentimientos distintos según el ánimo de
las personas que se acercan a él. Cada espacio contiene potencialmente múltiples
revelaciones, y por eso ninguna exploración agota jamás un paisaje
o
un pueblo. Sólo nos cansamos de vivir. El caminar es la confrontación con lo
elemental; es algo telúrico, y si bien es cierto que instituye un orden social dentro
de la naturaleza (caminos, senderos, albergues, señales de orientación, etc.),
es también una inmersión en el espacio no sólo sociológico sino
geográfico,
meteorológico, ecológico, fisiológico, gastronómico, etc.
(...) La
marcha es una apertura al goce del mundo porque permite el alto en el camino,
el reposo interior, y no cesa de ser un cuerpo a cuerpo con el medio, un
entregarse sin medida y sin obstáculos a la sensorialidad del lugar.
Para que el conocimiento del mundo se despliegue hasta el infinito, hacen falta los caminos.