Smartphones, motherfuckerphones y el romanticismo de la decepción.
A propósito de lo último de D. Trueba, un autor que me gusta mucho, Sergi Pàmies escribe en La Vanguardia ( 06/02/2015):
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Ya no te quiero
Lo único que tiene
que hacer el emisor es comprobar si el destinatario ha recibido el mensaje
La primera página de Blitz (editorial Anagrama), la última
novela de David Trueba, plantea una situación sentimentalmente dolorosa y
narrativamente perturbadora. Una pareja consolidada está en un local de comida
rápida. Mientras él espera en la barra la entrega del pedido (dos kebabs), su
teléfono vibra y aparece este mensaje en pantalla: "Aún no le he dicho
nada. me cuesta tanto. uff. tq" y, a continuación, el emoticono del
corazón enamorado. El mensaje le informa de tres realidades simultáneas: a) que
quien envía el mensaje es su novia, que está justo al lado, en una mesa b) que
el mensaje iba dirigido a un amante y c) que de todas las maneras de decirte
que ya no te quieren ésta es especialmente cruel porque no hace falta añadir
nada más, sólo constatar la devastación producida por el error. Con su inteligencia
habitual, y destilando un romanticismo de la decepción condenado a
transformarse en fatalidad, Trueba da libertad al lector para que interprete si
el error es involuntario o estratégico. Lo cierto, sin embargo, es que la
telefonía interviene cada vez más en las separaciones. Las parejas han
incorporado el teléfono como un recurso idóneo para evitar escenas que
tradicionalmente exigían silencios, tensiones, contraseñas ("tenemos que
hablar"), chantajes emocionales, mentiras piadosas y verdades despiadadas.
El mensaje de móvil, en cambio, va directo a la yugular. Tras pulsar enviar, ya
no hay que compartir las secuelas: el teléfono actúa con la cobardía militar de
un dron. Es más: puedes separarte de alguien en compañía de tu amante, ambos
desnudos en la cama tras haber copulado con aquella alegría. Lo único que tiene
que hacer el emisor es comprobar si el destinatario ha recibido el mensaje.
Habrá quien considere que esta no es la manera más respetuosa de separarse.
Pero si hace años que se aceptan los despidos por SMS, ¿por qué ser tan
quisquillosos en materia sentimental? Cuando el Barça despidió a Samuel Eto'o,
la directiva se lo comunicó por SMS. Yo fui a una rueda de prensa del
presidente Joan Laporta y, con cierta petulancia, le pregunté si aquel
procedimiento le parecía digno del club. Laporta detectó mi retintín moralista
y me rebatió con contundencia. Argumentó que el SMS era una herramienta
jurídicamente aceptada y añadió que si tenía problemas con la tecnología, peor
para mí. Aprendí la lección. Del mismo modo que yo me había recreado en el tono
de la pregunta, él se recreó en la mordacidad de la respuesta y, más allá del
fair play dialéctico, nunca he vuelto a dudar de la carga probatoria de un SMS.
Leyendo Blitz, sin embargo, he sentido una gran compasión por este hombre que,
además de ser despedido a través de un mensaje de móvil, experimenta la miseria
de no ser el destinatario desde un punto de vista técnico pero sí desde el
punto de vista sentimental. Los llaman smartphones pero deberían llamarlos
motherfuckerphones.