Hace unas semanas me sucedió algo curioso. Acababa de impartir una conferencia en el Palacio de Congresos del Parque de las Naciones en Madrid. Tenía un billete de avión para volar de regreso a Barcelona, donde resido. Decidí, pues llevaba algo de equipaje, tomar un taxi. Me subí a uno que estaba en una parada. y debía llevar bastante tiempo esperando a que le tocase el turno. El caso es que tras sólo avanzar unos doscientos metros nos encontramos un fenomenal atasco. Pasaron diez minutos y ni siquiera nos habíamos movido. Empecé a inquietarme por la hora. Cinco minutos más y nada, quietos. Entonces, reparé en que la entrada de metro que lleva al aeropuerto de Barajas no está demasiado lejos. Le pregunto al taxista cuánto es el trayecto hasta el aeropuerto. "Unos 18 euros", me dice. "Bien, tome, sus 18 euros. Me voy en metro". El taxista no podía creerlo. Me dijo: "Es la primera vez que me sucede algo así en cuarenta años". "¿El qué?", le pregunté yo. Y me respondió: "Que alguien me pague por un trayecto que no hemos recorrido. Apenas hemos hecho cien metros ". Acto seguido, me metí en el metro, pagué un euro y unos céntimos más y en 15 minutos estaba en el aeropuerto, justo a tiempo de tomar el vuelo que tenía previsto.
¿Pagué por nada o pagué por algo? Evidentemente que pagué por algo: pagué el denominado coste de equivocarse. En mi caso, a pesar de no poder saberlo, la mejor opción no era el taxi, sino el metro. He de reconocer que en el momento de tomar la decisión de abonar los 18 euros me sentí algo estúpido, pero era el precio por salir de un taxi que ha hecho una hora de cola para coger pasaje. Dieciocho euros era el precio de mi error. Si me dignaba a dar ese dinero a cambio de nada, con un euro y poco más estaría en el aeropuerto a tiempo de tomar mi vuelo. Si por no querer asumir ese coste me hubiese quedado en el taxi, hubiera pagado los 18 euros igualmente y hubiese perdido el avión que deseaba tomar.
Esta situación no es
tan poco habitual. Estamos hablando de algo que nos sucede a todos, casi cada
día y en muchos dominios de la vida: trabajo, empresa, profesión, vida
personal. Se trata de la errónea contabilización del coste del error incurrido
en el pasado a la hora de evaluar decisiones futuras.
Veamos algunos
ejemplos:
Estamos en el cine. La película es un tostón y tenemos unas ganas locas de irnos de la sala. Pero en la gran mayoría de casos la gente aguanta hasta el final. Motivo: "Había pagado la entrada y no iba a tirar seis euros a la basura". Esta sensación de aprovechar el dinero por no salir del cine es absurda. El dinero ya lo ha tirado. Se ha tirado en el momento en que se adquirió la entrada para una mala película. En realidad, quedándose en la sala hasta el final se está incurriendo en un segundo coste: el de consumir tiempo en algo que no nos gusta y no optar por otra distracción. Fijémonos que el no asumir la pérdida incurrida conlleva otra pérdida superior.
Estamos en el cine. La película es un tostón y tenemos unas ganas locas de irnos de la sala. Pero en la gran mayoría de casos la gente aguanta hasta el final. Motivo: "Había pagado la entrada y no iba a tirar seis euros a la basura". Esta sensación de aprovechar el dinero por no salir del cine es absurda. El dinero ya lo ha tirado. Se ha tirado en el momento en que se adquirió la entrada para una mala película. En realidad, quedándose en la sala hasta el final se está incurriendo en un segundo coste: el de consumir tiempo en algo que no nos gusta y no optar por otra distracción. Fijémonos que el no asumir la pérdida incurrida conlleva otra pérdida superior.
El caso
contrario también sirve. Compro
una entrada para el teatro, pero, lamentablemente, la pierdo por la calle.
Mucha gente decide no comprar otra. ¿Por qué? No tiene sentido alguno. ¿Por qué
infligirse a uno mismo el castigo de no ver la obra deseada cuando ya hemos
recibido un primer castigo, que es haber perdido la entrada? En realidad, todo
el mundo debería optar (si le queda dinero) por comprar otro ticket de nuevo.
El coste del error es un coste en el que ya se ha incurrido, una vez uno se da
cuenta de lo sucedido, un coste que pertenece al pasado (sea que la película no
nos gusta, que hemos perdido la entrada o que no debía haber tomado el taxi),
y, por tanto, es un coste que no debería tenerse en cuenta, de ningún modo,
para la siguiente decisión. Esto es lo importante y que puede resultar útil
para mucha gente: el coste del error es independiente de las decisiones
futuras.
Conozco el caso de
un amigo que, de compras en Andorra, compró una cámara de vídeo de 600 euros.
Recién comprada, todavía sin estrenar, la depositó en el portaequipajes de su
coche y se fue a comer, olvidando cerrarlo. Lo dejó abierto de par en par. A su
regreso le habían sustraído la cámara. Inmediatamente se fue a por otra y abonó
otros 600 euros. Reconozco que me costó mucho comprender su decisión, pero en realidad
era la correcta. El robo no tenía nada que ver con su ilusión por la cámara.
Estaba en Andorra y ahí las cámaras son más baratas. Lo que tenía sentido era
comprar otra, ahí mismo y en aquel momento.
Discútanlo
en sus casas. ¿Cuál es el coste
del error: los primeros 600 euros o los segundos? ¿Los de la cámara robada o
los de la segunda cámara? Quien piense que el coste del error corresponde a los
primeros 600 euros, tenderá a estar de acuerdo en que hay que comprar la
segunda cámara. Los que opinen que son los segundos 600 euros los que pagan el
error, se inclinarán a no adquirirla.
En el terreno
profesional y empresarial, la errónea contabilización del coste del error está
a la orden del día. Por ejemplo, muchas empresas deciden no abandonar sus inversiones
en productos que no acaban de funcionar, y en los que están perdiendo dinero,
por la cantidad acumulada que ya se lleva perdida. "Con todo lo que
llevamos gastado, no vamos a detenernos ahora
". Esta frase es absurda. Lo
que se ha perdido, se ha perdido ya. ¿Por qué seguir perdiendo? Lo único que
cuenta es el futuro. En la contabilización de lo que debe hacerse de ahora en
adelante, el pasado no debe incorporarse al cálculo. Nunca. Debe seguirse
invirtiendo si se piensa que hay posibilidades de éxito (evaluar sólo el
futuro); en caso contrario, hay que abandonar.
Otro ejemplo muy
habitual en muchas empresas es que se decidan a lanzar productos al mercado,
tras haber dedicado mucho dinero a evaluar la conveniencia de su lanzamiento o
el potencial que puede tener. Se desarrollan conceptos, estudios de mercado,
prototipos, pruebas, tiradas limitadas, tests organolépticos
y, llegado el
momento, hay que tomar una decisión. Poco importará lo aprendido hasta el
momento. Dado todo lo invertido en el desarrollo del producto, se va a lanzar,
sí o sí. La decisión de parar un proyecto es a veces muy difícil, dado el gasto
que ha supuesto. De nuevo, la decisión debería recaer en las probabilidades de
éxito, no en el coste dedicado hasta el momento en el proyecto. Mucha gente
piensa que "hacer algo es mejor que no hacer nada". No es cierto. A
veces, no hacer nada puede ser más conveniente.
¿A qué se debe que
las personas tiendan a incorporar el coste del error en su toma de decisiones?
La respuesta tiene más que ver con aspectos educativos que con aspectos
racionales. El papel del error en la sociedad occidental ha sido determinante a
la hora de explicar su evolución, así como el desarrollo de la ciencia. Nuestra
herencia cultural está fuertemente vinculada al Critikos, que nació siglos
atrás en Grecia. El Critikos parte de la premisa siguiente: "Si se corrige
de algo lo que está mal, pasará a estar bien". En otras palabras, mediante
la crítica, mediante la eliminación de lo erróneo, las cosas se corrigen. Esta
forma de pensamiento es la piedra angular del método científico, pues,
basándonos en la evidencia empírica, es posible aceptar o descartar hipótesis,
en función de si son o no correctas. El error es en la cultura occidental motor
de evolución, a la par que se convierte en algo a evitar en el futuro. Hemos
aprendido a no mirar el futuro sin mirar el pasado, hemos aprendido que para
decidir correctamente hay que examinar primero los errores del pasado; en
definitiva, no sabemos prescindir del error a la hora de avanzar.
Esta
filosofía es eficiente en muchos
terrenos y dominios, como en el caso del método científico; sin embargo, es
limitante en otras áreas tales como la creatividad o la adecuada toma de
decisiones en las que el pasado es independiente del futuro. En el sistema
educativo español se está empezando a tratar el tema del error desde una óptica
diferente. Poco a poco, el error se está incorporando a las escuelas como una
fuente de inspiración y no sólo de aprendizaje, como algo que puede evitarse o
en lo que puede incurrirse de forma deliberada.
El error en el refranero
El célebre
"Aprender de los errores" ha sido siempre descodificado como
"fijarse en ellos para no volver a cometerlos". Pero existe otra
interpretación posible: "Los errores son fuente de inspiración, fuente de
creatividad".
Muchos de los
grandes descubrimientos de la Humanidad (la penicilina, el proceso de
vulcanización, las vacunas
) tienen su origen en errores de sus descubridores,
que los utilizaron como punto de partida para observar nuevas consecuencias.
Volviendo al tema de
inicio del artículo, que se centra en el coste económico del error, no está de
más recordar otro refrán de la época de nuestros abuelos. Había un dicho muy
célebre entre personas modestas que no tenían demasiados ingresos, pero que en
cambio compraban productos caros ante las críticas de sus vecinos y familiares:
"No puedo permitirme el lujo de comprar barato", decían. Asumían el
coste del error como independiente del futuro. Por ejemplo, en vez de comprar un
electrodoméstico de dudosa calidad, que al estropearse obliga a comprar otro,
compraban caro para no incurrir en el coste del error que supone
¡la primera
compra!
Finalmente, no está
de más recordar otro refrán que resume a la perfección esta teoría: "La
vergüenza de confesar el primer error hace que se cometan muchos otros".