En estas fechas cumplo años de escritor. Hace dos décadas, cuatro lustros o veinte años que publiqué mi primer libro: “Que veinte años es nada”, dice el tango. Del ingenio me atraía su frescura, su libertad, su capacidad de caer siempre de pie después de varias piruetas. Me pareció, más que una destreza intelectual, un proyecto de vida. Así lo definí. Ingenio es el proyecto que hace la inteligencia para vivir jugando. Su meta es conseguir una libertad desligada, a salvo de la veneración y la norma. Para alcanzarla tiene que devaluarlo todo, reírse de todo. Es la rebelión de la inteligencia que quiere dejar de ser seria, para huir de sus multiplicadas servidumbres. Es esclava de la lógica, del sentido común, del principio de realidad. Ha estado sometida al ser, a la verdad, a la belleza, y a la bondad, es decir, a los cuatro trascendentales metafísicos. Por eso, al sublevarse, busca con denuedo la intranscendencia. “¡Deslizaos, mortales, no os apoyéis!”, decía Sartre, un ingenioso.
¿De qué pretende liberarnos el ingenio?
Primero, de la pesadez. Esta palabra nos abre un rico dominio léxico, en el que
todos los caminos llevan a la opresión o el agobio. Un pesar es un sufrimiento,
pues el peso no sólo pesa, también da dolor. Graves son las enfermedades,
los pecados y los hombres serios de continente severo. Graveza
significaba antiguamente molestia, palabra que viene de mole. Llamamos
pesadumbre a la pena, y pesadillas a los malos sueños. Nos resulta pesado y
cargante todo lo que aborrecemos, es decir, lo aburrido. Se llama plúmbeo al
hombre fastidioso, y el plomo está relacionado con Saturno, el más
detestable planeta, por lo que se llama saturnino a lo que guarda relación con
el plomo, y al hombre melancólico y taciturno. Todo lo relacionado con el peso
nos resulta desagradable. Por eso, desearíamos vivir en el dominio opuesto, el
de la levedad, la agilidad, la ligereza. De todo esto se aprovecha el ingenio,
que nuestros clásicos llamaban sutileza.
Me pareció que la segunda mitad del siglo veinte
había elegido el ingenio como forma de vida. Entre otras cosas porque había
sufrido dos guerras mundiales y espantosas revoluciones provocadas por hombres
terribles que siempre pronunciaban palabras con mayúscula: Revolución, Raza,
Nación, Justicia, Proletariado, Imperio, Führer, Caudillo. El ingenio pretendió
hacer la revolución de las minúsculas. ¡Las mayúsculas conducen al crimen! Los
dictadores siempre han sido implacables con los humoristas. En la Alemania nazi había un
departamento de la Gestapo ,
dedicada a perseguirlos. El arte moderno se sumó a esta rebelión de la
intrascendencia. Busco rebajar la seriedad de los estetas. El urinario
presentado por Duchamp en una exposición era un ataque a la seriedad en
el arte. Cuando Warhol escribió “Arte es todo lo que yo firmo. Tráigame a su
bebé, lo firmaré y lo convertiré en obra de arte”, no estaba haciendo un
chiste. Estaba actuando como ideólogo de una época en la que todo el mundo
podrá tener “quince minutos de gloria”, un poco más de lo que dura el efecto de
un chiste.
Sin embargo, la utopía ingeniosa no es
vivible del todo. El ser humano no puede vivir venerando ciegamente, pero
tampoco puede vivir sin venerar. Nos hemos liberado de todo y ahora no sabemos
muy bien qué hacer con nuestra libertad. Baudrillard, un perspicaz observador,
escribió: “Ha habido una orgía total, de lo real, de lo racional, de lo
sexual, de la crítica y de la anticrítica, del crecimiento y de la crisis de crecimiento.
Hoy todo está liberado, las cartas están echadas y nos reencontramos
colectivamente ante la pregunta crucial: ¿qué hacer después de la orgía?” O
dicho en mi lenguaje, ¿qué hacer después del ingenio?
Fuente:
: http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20120713/54323969252/el-ingenio.html#ixzz24lKJ0qnW
.13/07/2012