Caminar por lugares que fueron escenarios bélicos y ver esas ruinas agujereadas resulta terriblemente turbador. Es justo lo contrario del orden, que es analgésico y pacificador. La imagen de la destrucción es potente, tiene mucha fuerza, cala muy hondo, te conmueve, te modifica y te cuestiona, aunque la guerra ya no esté presente.
Hoy he revivido esa estampa con esta otra de Siria, donde la
guerra aún está presente, en la que se agolpan miles de seres humanos
desesperados, envueltos en el caos y la destrucción.
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reparto de ayuda en Yarmouk, en las afueras de Damasco |
Me pregunto, otra vez, qué le debe pasar a tu cabeza, a tu
identidad, cuando tu entorno, tu realidad, tu mundo conocido se transforma en
cenizas. Cuando, de repente, la burbuja de rutinas, normas, relaciones,
valores, límites u horarios en la que todos vivimos explota y te expulsa a un lugar que
ya no es tu lugar, aunque lo sigan diciendo los nombres de las calles.
¿A donde irá a parar todo ese dolor, toda esa ignominia? ¿Qué será de esa gente, de ese país?
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