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Te invito a que te des un garbeo por este territorio fronterizo, donde encontrarás algunas cosillas mías, las de otros y tal vez algunas tuyas, si quieres. Además, también iré colgando algunas de las cosas que despierten mi curiosidad, confirmen o desafíen mi pensamiento y mis creencias, o me generen algún cosquilleoCuando te apetezca acompañarme, ten a mano los auriculares, sobretodo si quieres escuchar bien los mélanges (sorry, pero en ese tema no he aprendido nada nuevo). Y si no visualizas bien la página, cambia la resolución de tu pantalla a 1280 x 1024. Hala pues!, sírvete un drink, unas almendritas o prende un cigarrillo, y pincha el gadget, que esto despega ya...
05 octubre 2012
Quien pasa una noche en Sarajevo, despierto en su
cama, puede escuchar las voces de la oscuridad. Primero suena el reloj de la
catedral católica con su repique tenaz y recio: dos de la madrugada. Pasa un
poco más de un minuto (exactamente setenta y cinco segundos, lo conté) hasta
oír el toque del reloj de la iglesia ortodoxa, que da sus dos horas de la
madrugada. Un poco después, con la voz áspera y lejana, canta sus once horas el
sahat-kula, la torre reloj, de la mezquita del Bey, ¡las fantasmales y
singulares once horas turcas, según el calendario de las lejanas y desconocidas
partes del mundo!. Los judíos no tienen un reloj que suene, sólo el maldito
dios sabe qué hora tienen ellos, qué hora según los sefardíes, y qué según los
asquenazis. Así, por la noche, mientras todo duerme, contando las interminables
y tardías horas, las diferencias no duermen, las diferencias que separan a
estos hombres dormidos que, cuando están despiertos, se alegran o se
entristecen, comen a destajo o ayunan según cuatro calendarios, enojados entre
sí, y envían al cielo todos sus deseos y oraciones en cuatro lenguas de
iglesias diferentes. Y esa diferencia es a veces visible y abierta, a veces
invisible y pérfida, pero siempre similar al odio y muchas veces casi idéntica.